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[Relatos] La Saga de Togrukh

Aquí el especio agradable donde la comunidad hispana de RoR será capaz de ayudarte a aprender, discutir y gastar bromas amistosamente!
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Kurgan93
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[Relatos] La Saga de Togrukh

Post#1 » Fri Apr 01, 2022 12:38 pm

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- INTRODUCCIÓN -
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¡Saludos! A estas alturas de la vida he aceptado que soy incapaz de jugar a un mmorpg de cualquier tipo sin meterme en la piel de uno o varios de mis personajes. A menudo siento la necesidad de dar rienda suelta a mi imaginación y escribir acerca de sus aventuras, logros y vivencias. Siendo mi primer leveo en RoR, me he propuesto encarnar a mi Elegido y darle un contexto narrativo a la subida de nivel. Puede que tome como inspiración las quest de leveo o no. Tal vez simplemente escriba algo que nada tiene que ver. Lo que sí respetaré serán las localizaciones por las que suba de nivel. Este viaje es uno que estoy haciendo muy a mi ritmo, sin prisas y disfrutando de cada paso que doy. Espero que vosotros (los poquitos que lleguéis a este rincón del foro), también disfrutéis de mis aventuras y mis relatos.

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- PRÓLOGO -
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En mis sueños y visiones, que ahora son muchos, todavía veo trazas del pasado. Un remoto lugar perdido entre las estepas infinitas del norte. Un campamento de yurtas en la inmensidad de un mar de hierba. Y el cielo, furibundo, cambiante y terrible, vertiendo oscuridad y amenaza de lluvia sobre los anchos prados de la tierra de mi gente, los kurgan.

Pero entonces todavía no llovía.

Recuerdo ese día como uno de victoria, pues volvía a casa con el éxito a mis espaldas. En la grupa de mi montura, bien amarrada y sujeta con varias cuerdas de pelo de caballo, se hallaba una armadura oscura del color del cielo en una noche despejada. Estaba manchada de sangre. Sin embargo, yo permanecía inmóvil sobre una elevación del terreno lejana al poblado y acariciaba al caballo con decisión. A pesar de mi sensación de victoria y felicidad, sabía que el chamán no aprobaría mi acto. Pero era joven y desafiante, así que azucé mi montura y juntos descendimos por la ladera, dirigiéndonos hacia el poblado.

Temía al chamán, al vidente de los dioses. Él, al igual que mi padre, veneraba a todos los dioses por igual. Según sus lecciones, no debíamos jurar lealtad absoluta a ninguno de ellos. Pues según ambos, hacerlo suponía privar a toda la tribu de las bendiciones de los demás. Cuando se avecinaba una batalla, la tribu organizaba combates a muerte en nombre de Khorne, el Señor de los Cráneos. En tiempos de intriga y traición con otras tribus, se exhortaba al chamán y a sus aprendices a recitar oscuros poemas y pasajes para canalizar la voluntad de Tchar, el Señor del Cambio y el Viento. Cuando se daban las señales, los hombres y mujeres de la tribu se entregaban a los placeres de Loesh para dar lugar a más guerreros y guerreras en el futuro. Y finalmente, incluso Nieglin era buscado en épocas en las que la tribu corría el peligro de ser aniquilada por otros grupos de asaltantes, pues sus poderes eran muchos y podían incluso impedir que nuestros mejores guerreros cayeran ante el primer hachazo.

Sí, los Dioses Oscuros eran poderosos. Pero... yo veía algo más allá. A pesar de mi juventud, de mi inexperiencia y confianza en mi mismo, sabía que el destino había sido escrito por uno de esos dioses. Por uno solo, no por todos. Había sido un cóndor estepario el que me había hablado la noche anterior. La figura alada, sin palabras, me había confiado un secreto.

"Joven Togrukh, cuando la luna vuelva a alzarse, un guerrero de oscura armadura estará durmiendo junto al río del este. Mátale, obtén su poder y llévalo a tu gente."

Eso no podía ser otra cosa que un mensaje de un poder superior. Y ante ese tipo de mensajes, ningún mortal debe oponerse. Y ahí me encontraba, volviendo a mi poblado con la armadura del guerrero que asesiné a mis espaldas. Le había matado de noche, clavándole un cuchillo en la garganta mientras dormía. No habría tenido opción en un combate singular. Era joven, pero más astuto que valiente por aquél entonces.

Até mi desastrosa melena oscura en una coleta alta y alcé bien la cabeza a medida que pasaba al lado de las primeras yurtas de la tribu. Tal vez temiera al chamán, pero debía hacerle frente. La armadura era mía y su poder también. Si todavía no la había vestido era porque quería su bendición antes de que el hierro tocara mi carne. Era una cuestión de respeto. Éramos kurgan.

Recuerdo cómo a medida que avanzaba, más y más ojos llenos de odio y envidia se clavaban en mi, como cuchillos en la noche. El ambiente se enrarecía cada vez más a la par que dirigía mi montura hacia el centro del campamento. Un relámpago, un trueno y el cielo se oscureció de repente. El viento sopló, sacudiendo las raídas telas de los viejos estandartes de batalla clavados en la entrada de la tienda del jefe. Ante su yurta aguardé, montado, a que hiciera acto de presencia. Tal vez el chamán era el que bendeciría mi armadura. Pero era el jefe de la tribu el que daría su permiso.

La yurta del jefe era de grandes proporciones. En su interior había espacio para todo: para planificar una guerra, para los más altos placeres que los mortales podían saborear y para acumular sus trofeos más importantes a ojos de los dioses. En la entrada de la tienda se hallaban dos montañas de cráneos, coronados por dos estandartes negros con la rueda de los dioses en ellos. Era una visión imponente, una que estaba destinada a acongojar a los más débiles y a dar un mensaje a los más fuertes.

Tras una espera que resultó bastante larga, de la entrada de la oscura yurta brotaron tanto el imponente jefe tribal como el chamán.

— Togrukh —suspiró el jefe.— Debería de haberlo imaginado.

El hombre rondaría los cuarenta. Recuerdo que era alto, musculado y de apariencia asalvajada y terrible. Lucía una espesa y larga barba negra, a la par que recogía sus cabellos en dos trenzas que no cortaba nunca. Su armadura, negra como la noche, estaba decorada con los trofeos de cien batallas.

— Mi señor Togral, el muchacho no aprende.

El que habló fue Marung, el chamán. Su grave y oscura voz brotó de las entrañas de la misma tierra. Su aspecto contrastaba con el del jefe, pues vestía una túnica raída de color pardo y sobre su cabeza se hallaba una capucha. Lo único que brotaba de ella era una larga barba gris decorada con multitud de fetiches y marcas varias. Se apoyaba en un largo bastón negro, parecido a una rama calcinada de un árbol. Lo que no dejaba de ser irónico, pues en la estepa no había árboles. No al menos, cerca. Siempre sospeché que Morung había viajado mucho en su juventud.

— El "muchacho" tiene voz con la que hablar —dije, mirando al chamán. Estaba muerto de miedo, pero no podía ceder terreno. La tribu miraba.

Fue Togral el que se adelantó un paso, las placas negras de su armadura entrechocaron cuando alzó un brazo acusador hacia mi.

— ¡Y mucha osadía! —afirmó, para luego añadir algo más.— ¿Qué traes ahí? Noto la presencia de los dioses. Están inquietos. Y tú eres el culpable. ¡Mira a tu alrededor!

Y era cierto. Mientras habíamos estado hablando una fuerte tormenta eléctrica se había desatado alrededor del campamento, rodeándolo por completo. Era cuestión de tiempo que la lluvia empezara a caer. Pero todavía no caía. El aire estaba viciado, cargado de la sustancia de lo indescriptible, de la misma carga del destino y el cambio. Todos podían olerlo, todos podían sentirlo. El chamán puso los ojos en blanco.

— Traigo honor a mi tribu.

Fue todo cuanto dije. Alcé hacia el cielo el yelmo del guerrero que había matado. Era uno que ocultaba gran parte del rostro, menos los ojos, nariz y boca, formando una apertura en forma de "T". El acero era del color de la medianoche y presentaba marcas de haber sido usado durante mucho, mucho tiempo. Probablemente hubiera sido usado por más de un guerrero. Que hubiera pasado de combatiente a combatiente durante años o siglos.

Entonces todo el poblado contempló el milagro.

Un relámpago brotó de las negras nubes e impactó de lleno en el yelmo, canalizando una oleada eléctrica que me recorrió absolutamente todo el cuerpo. Incluso el caballo se vio afectado por el suceso. Luz impía brotó de todo ello y ráfagas de viento negro aullaron a nuestro alrededor. No caí del caballo, incluso en los peores instantes de tal acto. El relámpago duró varios segundos, parecía más bien una fuente descendiendo del cielo que no una fuerza eléctrica. Temblé encima del caballo. Me sacudí, pues visiones de extrema oscuridad y violencia azotaron todos los rincones de mi mente. Noté como una mano negra removía el interior de mis recuerdos y vivencias. De lo que había hecho y de todo lo que llegaría a hacer. Grité sin voz, mis ojos se iluminaron en la tempestad oscura.

Cuando la fuerza abrumadora desapareció, lo hizo de repente. Perdí el conocimiento, pero nunca caí del caballo. Al menos, eso me contaron.

Cuando desperté lo hice en la yurta del jefe. Sin embargo, no podía moverme. Alcé mi mano derecha y vi un puño de metal. Alcé la izquierda y vi otro igual. Me habían armado con la armadura de medianoche. El chamán yacía sentado a mi lado.

— ¿Qué ha ocurrido?— fue todo cuanto pude articular. Me dolían hasta las muelas.

El viejo sabio se inclinó, mirándome a los ojos. En ellos había temor. Algo que nunca había visto.

— Has sido elegido —su voz era ahora cercana y precavida. Sin rastro del poderío que había mostrado ante mi anterior llegada.

Le miré extrañado. Cerré los ojos con fuerza y parpadeé luego varias veces. Me dolían. Toda la cabeza me dolía.

— Tchar te ha tocado. Ahora llevas su marca.

Instintivamente, me llevé la mano izquierda a la cabeza. Toqué mi frente y ahí, me quemé. No la piel, si no el alma. La marca del Señor del Cambio. Sabía lo que eso significaba. No era una casualidad que yo hubiera sido el elegido de Tchar. Ni siquiera que hubiera sido mi tribu la receptora de tal regalo. Era todo parte del plan. Parte del destino. Eso lo cambiaba absolutamente todo. Miré al chamán, él apartó la mirada.

— ¿De qué tienes miedo, anciano? —mi voz no parecía mía. Sin embargo, fueron mis labios los que se movieron.

— Mientras dormías ha habido una masacre. Nadie ha buscado mi consejo. Algunos seguidores de Tchar han empezado a asesinar a otros partidarios de otros dioses mientras dormían. Otros han sido emboscados mientras cazaban. Algunos han sido retados en combates singulares, pero no todos. Muchos han caído esta noche. Y muchos más caerán hasta que salgas ahí fuera y controles la situación de una vez. Esto ha sucedido por tus actos, Togrukh.

— He traído honor a mi tribu —dije, repitiendo las mismas palabras que había usado ante mi llegada.

— No, joven Togrukh. No has traído honor. Has traído poder. Un poder que nos consumirá a todos si no lo controlas a tiempo. Tchar es un dios exigente. Y tú eres ahora su elegido entre nosotros. Debes salir ahí fuera y hacer lo que un elegido debe hacer.

Las palabras del temeroso chamán fueron como elixir para mi. Su miedo me alimentó. Su duda y remordimientos fueron el combustible que necesitaba para volver a levantarme. Y lo hice, me alcé en la yurta. El anciano me miró y sonrió finalmente, mostrándome sus dientes amarillos. No era miedo a morir lo que había sentido Morung hasta ahora, si no miedo de defraudar a los dioses. De fracasar ante uno de ellos.

El viejo me tendió el yelmo de medianoche. Lo coloqué en mi cabeza por primera vez y noté cómo lo que había estado separado volvía a estar unido. El flujo de poder del metal recorrió cada una de las fibras de mi piel. Exhalé y, al abrir los ojos, estos brillaban con poder impío. Recuerdo que todo lo que sucedió después fue algo que no hice yo. No al menos, no del todo. Algo guiaba mis manos, mi corazón y mi mente. Recogí un gran hacha de la yurta de Togral y salí al exterior, empuñándola con ambas manos.

La visión de muerte y dominación que se había apoderado del campamento era digna de verse.

Los cadáveres de varias decenas de miembros de la tribu yacían esparcidos por los suelos. Algunos habían sido empalados a izquierda y derecha de la tienda del jefe, cual mensaje macabro de los partidarios de Tchar. En el enfangado suelo se encontraban, rotos y quemados, los estandartes y símbolos de Nieglin, Khorne y Loesh. Solamente uno permanecía en pie, brillando con oscura energía descendida directamente de las negras nubes, de los oscuros cielos: el de Tchar.

Tras dar mis primeros pasos en tal escena, solamente una figura de negra armadura permanecía de pie, rodeada por guerreros que le apuntaban con lanzas, espadas y hachas. Era Togral, el jefe.

Caminé hacia él. Mientras lo hacía, alcé el hacha a los cielos y mis labios hablaron por mi, aunque no era mi voz la que lo hacía.

— Ha llegado tu hora, Togral. ¡Por el Señor del Cambio!

Los aceros chocaron. El hacha de mis manos contra la espada de las suyas. Batallamos entre gruñidos, gritos y tormentas. Los demás se apartaron, pues en esos instantes se decidía el destino de la tribu ante los dioses. Sin embargo, a pesar de la veteranía de Togral, de su valentía y arrojo. A pesar de que llevaba consigo amuletos y símbolos de los cuatro dioses, solamente uno brilló esa noche. Solamente uno me bendijo. Solo uno.

Tumbé a Togral al suelo de un hachazo en el pecho. Ahí, con la armadura negra abierta, sangrando y derrotado, alzó su mirada. No había miedo en sus ojos, solamente la resignada sonrisa de aquél que ha luchado bajo la mirada de los dioses y lo ha hecho con honor. Arrancó el amuleto de Tchar de su armadura y lo alzó, entregándomelo. Lo tomé y lo enganché en la mía. No hico falta soporte alguno, se aguantó por sí solo. Finalmente, alcé el hacha.

— Guíalos en este nuevo camino... hijo.

El hacha cayó sobre el cuello de mi padre, separando la cabeza del cuerpo. No me regodeé en el sufrimiento o el simple acto de la muerte. Sí lo hice en cambio ante las perspectivas que todo ello me daba. Recuerdo cómo todos acudieron ante mi. Cómo se arrodillaron y suplicaron servidumbre. Todavía puedo ver a Morung emerger de la yurta del jefe, ungiéndome en la sangre hechizada de los caídos. Todavía oigo los cánticos sagrados, bendecidos por el cielo tormentoso. Una tempestad eléctrica que había evitado que cualquier otro dios se acercara al poblado. Un favor. Un milagro.

Y entonces, empezó a llover.

El camino estaba claro. La tribu no marcharía bajo los cuatro dioses. Lo haría solamente bajo los designios de Tchar. Y yo, Togrukh, sería su elegido en la tierra.

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